Con los pies en la arena me despoja el día. Drogarena, silencioso elixir que alivia mis pies cansados. Sube y baja imitando al mar. Me recorre el cuerpo, que se sostiene clavado en la lisura. Me calma y a la vez, me respira.
El mar hipnotiza, es cierto. Embriaga. Eso pienso, cuando miro mareado la espuma que refleja blanca, quizá la luna. Es un ritual que se repite cada noche. De no hacerlo me vuelvo duda. Descarto toda posibilidad de seguir solo y sostengo esta afirmación, mientras menea mi pensamiento la sal de la brisa.
La caña de pescar es la pluma imaginaria que te evoca. El ensueño que aferra mi mano cuando, lejana, desconocida y ausente, me das sentido. La línea no tiene anzuelo, no hay cebo de engaños para los desprevenidos peces. Esto es entre tú y yo. Nadie más. Y es este cuadro de pescador solitario la ilusión que protege a las miradas curiosas. No es que me importe parecer un loco, sólo me inquieta causar sobresaltos. Es un juego inofensivo y, tal vez, generoso.
A lo lejos se escuchan risas; cerca, el murmullo del mar compone adorables melodías. Entonces, dibujo un rostro y una mirada para llamarte mía. Y te hablo. Me gustan las palabras que me digo cuando te hablo.
Ejercicio recurrente y provocador. Bálsamo de mi existir. Amor inventado, sórdido placer de un cansancio viejo.
El amor se parece tanto al mar… Te lleva y te trae en cada caricia. A veces golpea, ahoga, arrastra al fondo y abandona; otras, empuja a la superficie para salvar vidas. Aletarga siempre y también, sabe a resaca por la mañana.
Aunque, de poder elegir, diría que el amor es tenerte en mis brazos, una noche de mil veranos, bajo la luna.
Octubre de 2012. Escrito por mí y dibujado por vos